El Principito
El Principito es uno de esos cuentos que los adultos quieren para sus hijos y que, al final, es releído sólo por los mayores.
Y es que hay que ser realista: no se trata de un libro para niños, pues para éstos serían demasiado obvias las enseñanzas que contiene. No encierra misterio alguno que resolver ni reto que vencer ni peligro del que huir, como ocurre en todas las historias que fascinan a los niños. Un libro sobre un niño no es lo mismo que un libro para un niño.
El Principito fue escrito por Antoine de Saint-Exupéry en 1943. Antoine fue un hombre de una vida azarosa marcada por su amor a la aviación, actividad que le llevó a buscar récords de vuelo, trabajar en oficinas de la Aeroposta Argentina o enrolarse en la aviación aliada que luchara contra Hitler en la II Guerra Mundial. Murió en 1944 de accidente aéreo, con 44 años, en la costa marsellesa. Su desaparición, como si de otro relato se tratara, estuvo rodeada de misterio pues fue debida a un encuentro bélico de dudosa constatación. Algunos restos personales fueron hallados en el mar en 1998, en el 2000 se halló el posible fuselaje del avión y en el 2003 se recuperó. Finalmente, en marzo de 2008 el alemán Horst Rippert declaró haber sido quien lo derribara, si bien existía otra declaración igual de otro compatriota que manifestaba lo mismo. En 2012, apareció misteriosamente un material preparado por Saint-Exupéry para El Principito que nunca llegó a incorporarse al libro; esto no hacía sino continuar una larga lista de textos que nunca aparecieron en vida del autor, sino tras su muerte (así ocurre con siete de sus obras).
Todo lo anterior son cosas que interesan sólo a los adultos. El libro del que tratamos incide precisamente en eso: las cosas que interesan a los niños, y su forma de interesar, no tienen nada que ver con lo que a los adultos les parece interesante. El Principito nunca renuncia a sus preguntas, y ello provoca la envidia del adulto protagonista del relato. Si el Principito nos seduce es porque, -y en ello suelen coincidir los críticos- representa el reencuentro de todo adulto con su propio “yo infantil”. El cuento es realmente un viaje nostálgico al pasado, donde nos aguardan nuestras antiguas formas de pensar, de mirar, de no juzgar. El Principito es un niño que vive en un planeta demasiado pequeño, pero que por eso mismo puede ver siempre que quiere la puesta del sol; es un niño que dice frases como la de que “lo que embellece un desierto es que esconde un pozo en cualquier parte”; vive centrado en proteger su rosa, y todo lo que encuentra lo ve por primera vez, haciendo un panegírico de la experiencia efímera.
El libro, tenga el destinatario que tenga, es una delicia. La explicación que incluye sobre los dibujos de la infancia es toda una lección de psicología. Las ilustraciones que elaboró el propio Saint-Exupéry multiplican la belleza del texto. El árbol baobab es un intruso carismático y yo pensaba que era una invención hasta que encontré uno en el Botánico tinerfeño. Las alusiones a la rosa del niño son invocaciones veladas a la amada de Antoine, su esposa Consuelo con la que tan mala conciencia tuvo por no cuidarla como debiera. En cierto momento, el niño descubre que en el mundo no hay sólo una rosa sino miles, y eso le hace dudar de la propia; entonces su amigo el zorro le dice, para aliviar su desazón: “el tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”. Consuelo tomó el hilo de la imagen al año siguiente de fallecer Antoine, y escribió sus Memorias de la rosa en 1946 (aunque no fueron descubiertas hasta 1999). La experiencia de la amistad y el amor entre estos personajes, dentro y fuera del libro, merece ser transmitida a los más pequeños incluso aunque éstos no entiendan todas las claves. No importa, El Principito puede leerse más veces a lo largo de la vida.